Para vinos más decorosos que sencillos, mi consejo es establecer un rango de precio intermedio. Así descartaremos el segmento de los vinos jóvenes o comerciales, así como el de los más complejos y exclusivos.
Comprar vinos en el supermercado nos genera, muchas veces, más suplicio que placer.
La tarea de recorrer con la vista hilera tras hilera y estante tras estante termina por desenfocarnos y confundirnos, a menos que vayamos a la fija, esto es, sabiendo qué buscamos o cuánto queremos gastarnos.
Sin embargo, acá tampoco nos sentimos muy cómodos, porque, entre todas las marcas en oferta, reconocemos o hemos probado muy pocas entre ese millar de referencias que suele desplegar una sección bien surtida. Las demás, aunque nos atraigan por su precio o por su imagen, nos dejan un cierto vacío en cuanto a la satisfacción que podrán generarnos una vez las descorchemos.
Para vinos más decorosos que sencillos, mi consejo es establecer un rango de precio intermedio. Así descartaremos el segmento de los vinos jóvenes o comerciales, así como el de los más complejos y exclusivos, y, por ende, los más caros.
Entonces, ¿cuánto debo gastarme en un vino que no me genere remordimientos?
Diría que el rango debe fluctuar entre $30 mil y $50 mil, porque ahí las bodegas tienden a hacer una tarea más prolija en su deseo de construir nexos con un consumidor al que posteriormente querrán tentar con referencias más complejas y costosas.
Les cuento que elaborar productos motivadores es objeto de análisis permanente entre productores y comercializadores, porque es la única forma de alcanzar lo que los expertos en consumo llaman el “punto justo”.
Piensen que confeccionar un vino comercial cuesta, en puerta de bodega, alrededor de US$3. Después de incluir los costos de transporte, impuestos y márgenes de rentabilidad, el precio final de una botella podría rondar los US$7, esto es, muy por debajo de los $30 mil. Un punto clave es que, según esta ecuación, lo invertido en el líquido sería de US$1 o un poco más. En cambio, las botellas entre $30 mil y $50 mil exigen una mayor inversión en el líquido para conseguir el “punto justo”. Pagar por encima de $50 mil ya implica gastarnos plata en un mejor vidrio, un mejor tapón y un mercadeo más costoso.
Al darles una ojeada a los precios en nuestros supermercados puedo asegurarles que hay de dónde escoger.
De Chile, por ejemplo, existen opciones intermedias (entre $30 mil y $50 mil) con referencias como Undurraga U, Aliwen, Frontera, Cono Sur, Maipo, Santa Helena, 120, Valdivieso, Viu Manent, Morandé Pionero, Adobe Orgánico, 35 Sur. Incluso, se consiguen ofertas de algunos vinos de mayor percepción de valor como Montes y Casillero del Diablo.
En el caso de Argentina, están Norton, Trapiche, Trivento, Dadá, Michel Torino, Santa Julia, Las Moras, Portillo y Álamos.
Y de España, Sangre de Toro (Miguel Torres) y Beronia.
En todos estos casos estamos hablando de nombres consagrados que no pueden darse el lujo de vender mediocridades. Los he probado todos y nunca he sentido el impulso de abandonarlos a mitad de camino. Están bien para lo que los buscamos.
Con más pesos en la billetera, pagaremos por complejidad, equilibrios delicados y recuerdos perdurables. Pero ya no estaremos hablando del “punto justo”.
https://www.elespectador.com/cromos/gastronomia/entre-30-mil-y-50-mil-se-va-la-fija-articulo-805531